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Daniel Seixo: “Dena ez du balio” (“No todo vale”) ?


Por Daniel Seixo (Tamén dispoñíbel en galego ao final)

«Tomar la posesión de un escaño siempre es preferible a empuñar las armas. Esta es la cuestión escueta clara y democrática que se dilucida en este nuevo escenario, en esta oportunidad

José María Aznar

Todos tenemos que dar algo para que unos pocos no den todo.

«Yo hablo con todos, intelectualizo a los militares y militarizo a los intelectuales»

Argala

El 9 de octubre de 1976, seis exministros franquistas -Manuel Fraga Iribarne, Federico Silva Muñoz, Laureano López Rodó, Cruz Martínez Esteruelas, Gonzalo Fernández de la Mora y Licinio de la Fuente- fundaron Alianza Popular. Este partido heredó parte del peso institucional del franquismo y se constituyó como la alternativa política de gran parte de las élites de la dictadura fascista española, con el objetivo de pilotar lo que posteriormente sería conocida como la modélica transición española. Sin embargo, esta transición no fue otra cosa que la tutela política de los restos del poder franquista, intentando evitar a toda costa cualquier tipo de estallido revolucionario por parte del proletariado del estado. Lograron alcanzar esta misión con el firme e interesado respaldo del PSOE y el PCE.

Algunos, todavía hoy, defienden férreamente las firmes convicciones democráticas de dicho partido. Otros, quizás los menos, nos mostramos incapaces de olvidar la biografía política de Manuel Fraga: primer Secretario General del partido y miembro del Consejo de Ministros franquista que ordenó el fusilamiento de Julián Grimau, oscura mano tras el burdo montaje que quiso ocultar el asesinato de Enrique Ruano a manos de la policía del régimen y responsable político directo de las órdenes que se cobraron las vidas de los trabajadores de Victoria. Tampoco olvidamos los gritos de “¡Franco, Franco, Franco!”, que la organización de dicho partido lanzó al aire ante unos 3.000 simpatizantes, recordando y reivindicando la figura del dictador recientemente fallecido.

No olvidamos esto, como tampoco podemos olvidar las más de 2,200 fosas comunes, los 114,000 desaparecidos o las miles de calles y símbolos del franquismo que perduran en nuestro entorno inmediato como perpetuo homenaje a los victimarios que tiñeron el estado español de sangre y lágrimas tras el golpe de estado fascista y la posterior Guerra Civil. Pese a que pueda sorprender a muchos, especialmente a aquellos cuyos padres y abuelos estaban al mando del gatillo, el juramento del joven apóstol del franquismo como jefe del estado por mandato directo del dictador y una Ley de Amnistía, únicamente destinada a garantizar la impunidad de los crímenes y el latrocinio de las élites de la dictadura, no proporcionaron consuelo alguno a todas aquellas familias obreras a quienes les arrebataron la esperanza de un mundo mejor, el derecho a construirlo activamente y finalmente las vidas de sus seres queridos.

El franquismo pasó a integrarse en la monarquía sin pedir perdón ni permiso, pero todos aquellos que se atrevieron a señalarlo fueron catalogados como disidencia política y como tal fueron perseguidos con toda la saña posible por las viejas estructuras policiales, políticas y judiciales de la dictadura, ahora blanqueadas con un leve barniz aparentemente democrático para los más despistados. Los torturadores y altos mandatarios de la dictadura gozaron de impunidad y un trato de favor ante sus crímenes que posteriormente se repetiría con quienes atentaron contra la farsa democrática durante el 23-F o con aquellos que decidieron hacer uso del terrorismo de estado para imponer a sangre y fuego la unidad de España.

Los indultos a los cerebros del GAL Barrionuevo y Vera, golpistas como Armada o la normalidad en la vida de torturadores como Juan Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, convivían en la sociedad española con el silencio absoluto acerca de sus víctimas o de los resortes del franquismo que todavía perduraban en la judicatura, los mandos policiales y militares y el suntuoso rastro de sangre que unía los beneficios del Ibex con los campos de concentración franquistas y el trabajo esclavo. Y por encima de todo ello, un silencio ensordecedor de gran parte de la sociedad y la constante inacción de una izquierda más preocupada por ser aceptada que por exigir justicia y honrar a los suyos.

Por todo ello, la renuncia del partido vasco Euskal Herria Bildu a que siete de sus candidatos puedan ejercer la representación política que su pueblo ltiene la oportunidad de otorgarles mediante una consulta democrática, resulta totalmente incomprensible. Asier Urribarri, Lander Maruri, Begoña Uzkurrum, Agustín Muiños, Juan Carlos Rojo y José Antonio Torre Altonaga, son ciudadanos vascos que han cumplido sus deudas con Madrid y que, por tanto, gozan de los mismos derechos políticos que cualquiera de nosotros en este sainete político que suponen las elecciones burguesas españolas.

La decisión de ceder ante las presiones de los herederos de los victimarios de Julian Grimau y Enrique Ruano, o ante la cómplice pasividad y los oportunistas intereses electorales de los asesinos de José Lasa Arostegui «Joxean» y José Ignacio Zabala «Joxi», entre muchas otras víctimas del GAL, no puede de modo alguno entenderse como un paso de cara a la paz o la convivencia democrática entre nuestros pueblos, sino que conscientemente debemos encuadrarla como otra incomprensible cesión ante las espurias dinámicas y las arbitrarias lógicas de un Estado español todavía en manos de quienes nunca han pedido perdón sincero o han ejercido una reparación real ante los miles de asesinados y represaliados políticos por parte de un poder despótico con sede en Madrid.

Y es por ello que mientras la ralea ultra de Covite y Vox corrían rápidamente a apuntarse un tanto por una nueva cesión ilógica de la izquierda abertzale, Partido Popular y PSOE abrían de nuevo las puertas a una revisión de la legislación existente, dejando claro que las promesas de paz y el cambio de las armas por las urnas no habían sido otra cosa que un gran engaño. Tampoco Unidas Podemos y los restos del PCE hablaban en esta ocasión de la importancia de la reinserción como sí hicieron durante la campaña de acoso sufrida por la excarcelación de cientos de violadores a raíz de una polémica decisión del Ministerio de Igualdad español del que forman parte. Y es que del mismo modo que tras el procés, el independentismo catalán nunca podrá avanzar cara a sus objetivos políticos en la democracia española, y sus líderes serán siempre contemplados como una amenaza a neutralizar, por todas las caras del omnipresente nacionalismo español, los representantes políticos abertzales son y serán siempre para Madrid únicamente terroristas. Y esto no lo va a poder cambiar concesión alguna, dado que por muchas cesiones políticas que se concedan, siempre resultarán insuficientes para un sector ultra que solo se dará por satisfecho cuando el germen del independentismo desaparezca definitivamente del Estado.

En este texto permítanme que uno no entre a profundizar o valorar las posibles dinámicas electorales que han propiciado este desenlace tan sorprendente, dado que independientemente de que se trate de garantizar la gobernabilidad a los herederos de quienes pretendieron enterrar a toda una generación de militantes revolucionarios vascos en cal viva o el simple deseo de alcanzar la Lehendakaritza mediante el abandono de cualquier componente revolucionario del independentismo vasco, en aras de la participación de las dinámicas políticas en el marco electoral impuesto por Madrid, la decisión y la línea política adoptada por EH Bildu deben ser juzgadas y enmendadas únicamente por la militancia política de Euskal Herria. Tan solo me permitiré hacer mención a que el oportunismo, entendido como decisiones que buscan obtener beneficios personales o de grupo sin tener en cuenta los principios y objetivos de la lucha de clases y que obstaculizan el avance hacia una sociedad independiente y socialista en nuestros pueblos, en la que la clase trabajadora tenga el control y la propiedad de los medios de producción y se eliminen las desigualdades sociales, supone sin duda alguna una traición absoluta a la clase obrera y en este caso, al legado de la revolución vasca.

Hoy, una vez más, aquellos que nunca han pedido perdón o se han arrepentido de sus crímenes políticos, seguirán exigiendo profundizar en la claudicación de las víctimas, mientras que quienes todavía sufrimos el peso represivo del Estado español y la herencia directa del franquismo, seguiremos luchando por no ser súbditos de una monarquía indecente y de un parlamento que permite que nuestras calles recuerden a los asesinos franquistas, mientras señalan con el dedo acusador a aquellos que ya han pagado ampliamente su deuda con la sociedad. Cabe ahora preguntarse de qué lado está Bildu y la socialdemocracia española en esta disputa por el relato, por el futuro y por el poder. En responder correctamente a esta pregunta, nos jugamos gran parte de nuestras alternativas como militantes revolucionarios. Dado que la necesidad de hacer claudicar a la disidencia, no cesará de modo alguno en Euskal Herria.

[gl-pt] “Dena ez du balio” (“Non vale todo”)

“Tomar a posesión dun escano sempre é preferible a empuñar as armas. Esta é a cuestión escueta, clara e democrática que se dilucida neste novo escenario, nesta oportunidade.”

José María Aznar

“Eu falo con todos, intelectualizo aos militares e militarizo aos intelectuais.”

“Todos temos que dar algo para que uns poucos non dean todo.”

Argala

O 9 de outubro de 1976, seis exministros franquistas – Manuel Fraga Iribarne, Federico Silva Muñoz, Laureano López Rodó, Cruz Martínez Esteruelas, Gonzalo Fernández de la Mora e Licinio de la Fuente – fundaron Alianza Popular. Este partido herdou parte do peso institucional do franquismo e constituiuse como a alternativa política de gran parte das elites da ditadura fascista española, co obxectivo de pilotar o que posteriormente sería coñecida como a modélica transición española. Con todo, esta transición non foi outra cousa que a tutela política dos restos do poder franquista, intentando evitar a toda costa calquera tipo de estalido revolucionario por parte do proletariado do estado. Lograron alcanzar esta misión co firme e interesado respaldo do PSOE e o PCE.

Algúns, aínda hoxe, defenden ferreamente as firmes conviccións democráticas dese partido. Outros, quizais os menos, mostrámonos incapaces de esquecer a biografía política de Manuel Fraga: primeiro Secretario Xeral do partido e membro do Consello de Ministros franquista que ordenou o fusilamento de Julián Grimau, escuro mandante tras o burdo montaxe que quixo ocultar o asasinato de Enrique Ruano ás mans da policía do réxime e responsable político directo das ordes que cobraron as vidas dos traballadores de Victoria. Tampouco esquecemos os berros de “¡Franco, Franco, Franco!”, que a organización dese partido lanzou ao aire ante uns 3.000 simpatizantes, recordando e reivindicando a figura do ditador recentemente finado.

Non esquecemos isto, como tampouco podemos esquecer as máis de 2.200 fosas comúns, os 114.000 desaparecidos ou as miles de rúas e símbolos do franquismo que perduran no noso entorno inmediato como perpetuo homenaxe aos vitimarios que encheron o estado español de sangue e lágrimas tras o golpe de estado fascista e a posterior Guerra Civil. A pesar de que poida sorprender a moitos, especialmente a aqueles cuxos pais e avós estaban ao mando do gatillo, o xuramento do mozo apóstolo do franquismo como xefe do estado por mandato directo do ditador e unha Lei de Amnistía, unicamente destinada a garantir a impunidade dos crimes e o latrocinio das elites da ditadura, non proporcionaron consolo algún a todas aquelas familias obreiras a quen lles arrebataron a esperanza dun mundo mellor, o dereito a construílo activamente e finalmente as vidas dos seus seres queridos.

O franquismo pasou a integrarse na monarquía sen pedir perdón nin permiso, pero todos aqueles que se atreveron a sinalalo foron catalogados como disidencia política e como tal foron perseguidos con toda a saña posible polas vellas estruturas policiais, políticas e xudiciais da ditadura, agora branqueadas cun leve verniz aparentemente democrático para os máis despistados. Os torturadores e altos mandatarios da ditadura gozaron de impunidade e un trato de favor ante os seus crimes que posteriormente se repetiría con aqueles que atentaron contra a farsa democrática durante o 23-F ou con aqueles que decidiron facer uso do terrorismo de estado para impoñer a sangue e lume a unidade de España.

Os indultos aos cérebros do GAL Barrionuevo e Vera, golpistas como Armada ou a normalidade na vida de torturadores como Juan Antonio González Pacheco, máis coñecido como Billy el Niño, convivían na sociedade española co silencio absoluto acerca das súas víctimas ou dos resortes do franquismo que aínda perduraban na xudicatura, os mandos policiais e militares e o suntuoso rastro de sangue que unía os beneficios do Ibex cos campos de concentración franquistas e o traballo escravo. E por riba de todo iso, un silencio enxordecedor de gran parte da sociedade e a constante inacción dunha esquerda máis preocupada por ser aceptada que por esixir xustiza e honrar aos seus.

Por todo iso, a renuncia do partido vasco Euskal Herria Bildu a que sete dos seus candidatos poidan exercer a representación política que o seu pobo ten a oportunidade de outorgarlles mediante unha consulta democrática, resulta totalmente incomprensible. Asier Urribarri, Lander Maruri, Begoña Uzkurrum, Agustín Muiños, Juan Carlos Rojo e José Antonio Torre Altonaga, son cidadáns vascos que cumpriron as súas débedas con Madrid e que, por tanto, gozan dos mesmos dereitos políticos que calquera de nós neste sainete político que supoñen as eleccións burguesas españolas.

A decisión de ceder ante as presións dos herdeiros dos vitimarios de Julian Grimau e Enrique Ruano, ou ante a cómplice pasividade e os oportunistas intereses electorais dos asasinos de José Lasa Arostegui «Joxean» e José Ignacio Zabala «Joxi», entre moitas outras vítimas do GAL, non pode de ningún modo entenderse como un paso de cara á paz ou a convivencia democrática entre os nosos pobos, senón que conscientemente debemos encadralo como outra incomprensible cesión ante as espurias dinámicas e as arbitrarias lóxicas dun Estado español aínda en mans de quen nunca pediu perdón sincero ou exerceu unha reparación real ante os miles de asasinados e represaliados políticos por parte dun poder despótico con sede en Madrid.

E é por iso que mentres a ralea ultra de Covite e Vox corrían rapidamente a apuntarse un tanto por unha nova cesión ilóxica da esquerda abertzale, Partido Popular e PSOE abrían de novo as portas a unha revisión da lexislación existente, deixando claro que as promesas de paz e o cambio das armas polas urnas non foron outra cousa que un gran engano. Tampouco Unidas Podemos e os restos do PCE falaban nesta ocasión da importancia da reinserción como sí fixeron durante a campaña de acoso sufrida pola excarceración de centos de violadores a raíz dunha polémica decisión do Ministerio de Igualdade español do que forman parte. E é que do mesmo modo que tras o procés, o independentismo catalán nunca logrará avanzar cara aos seus obxectivos políticos na democracia española, e os seus líderes serán sempre contemplados como unha ameaza a neutralizar, por todas as caras do omnipresente nacionalismo español, os representantes políticos abertzales son e serán sempre para Madrid unicamente terroristas. E iso non o vai poder mudar esta última concesión nin ningunha outra, dado que por moitas cesións políticas que se outorguen a Madrid, sempre resultarán insuficientes para un sector ultra que só se dará por satisfeito cando o xerme do independentismo desapareza definitivamente do Estado.

Neste texto permítanme que un non entre a profundar ou valorar as posibles dinámicas electorais que propiciaron este desenlace tan sorprendente, dado que independentemente de que se trate de garantir a gobernabilidade aos herdeiros de aqueles que pretenderon enterrar a toda unha xeración de militantes revolucionarios vascos en cal viva ou o simple desexo de acadar a Lehendakaritza mediante o abandono de calquera compoñente revolucionario do independentismo vasco, en aras da participación das dinámicas políticas do marco electoral imposto por Madrid, a decisión e a liña política adoptada por EH Bildu deben ser xulgadas e emendadas unicamente pola militancia política de Euskal Herria. Tan só me vou permitir facer mención a que o oportunismo, entendido como decisións que buscan obter beneficios persoais ou de grupo sen ter en conta os principios e obxectivos da loita de clases e que obstaculizan o avance cara a unha sociedade independente e socialista nos nosos pobos, na que a clase traballadora teña o control e a propiedade dos medios de produción e se eliminen as desigualdades sociais, supón sen dúbida algunha unha traizón absoluta á clase obreira e, neste caso, ao legado da revolución vasca.

Hoxe, unha vez máis, aqueles que nunca pediron perdón ou se arrepentiron dos seus crimes políticos, seguirán esixindo afondar na claudicación das vítimas, mentres que qaqueles que aínda sufrimos o peso represivo do Estado español e a herdanza directa do franquismo, seguiremos loitando por non ser súbditos dunha monarquía indecente e dun parlamento que permite que as nosas rúas recorden aos asasinos franquistas, mentres sinalan co dedo acusador a aqueles que xa pagaron amplamente a súa débeda coa sociedade. Cabe agora preguntarse de que lado está EH Bildu e a socialdemocracia española nesta disputa polo relato, polo futuro e polo poder. En responder correctamente a esta pregunta, xogámonos gran parte das nosas alternativas como militantes revolucionarios. Dado que a necesidade de facer claudicar á disidencia, non cesará de modo algún en Euskal Herria.

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