Por Daniel Seixo
Mujer
Del lat. mulier, -ēris.
1. f. Persona del sexo femenino.
«No se nace mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino.»
«El feminismo es, en la mayor parte del planeta hoy, una teoría de las libertades elementales y mínimas, que no te casen contra tu voluntad, que no te violen, que no te golpeen, que no te den menos de comer, que no te asesinen cuando eres niña.«
Amelia Valcárcel
“La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos”
Alexandra Kollontai
Durante siglos la menstruación ha supuesto incomprensiblemente un tabú que ha situado su vivencia en la superstición, el mito y el estigma social que relega a la mujer a un papel de sumisión frente al hombre, únicamente sostenido por la superchería y el desconocimiento. El desprecio a la realidad y a la cultura propia de más de la mitad de la población, supone todavía a día de hoy un vestigio de irracionalidad demasiado presente para millones de mujeres en todo el mundo. Cerca del 50% de las niñas de La India, desconocen qué es la regla cuando les llega por primera vez. Un país en el que se cree que las mujeres que tienen la menstruación son impuras y en el que las sanciones sociales que excluyen a estas mujeres de la vida religiosa, laboral e incluso educativa, siguen suponiendo un motivo cierto de discriminación y opresión por parte del arcaico patriarcado.
Tan solo un 12% de las mujeres tienen acceso en el país a compresas y paños higiénicos y millones de ellas carecen de información adecuada sobre la higiene menstrual, pero aún en caso de poder seguir los consejos más básicos en este sentido, el 90% de las mujeres hindúes asegura carecer de un lugar para tirar esos desechos en su centro de trabajo o estudio. Debido a esto, muchas mujeres se ven incapacitadas para poder llevar su menstruación con privacidad y dignidad y de esta forma terminan renunciando a su formación o sus puestos de trabajo. Esto no solo supone un estigma para las mujeres, sino también una traba para una sociedad que sufrirá a largo plazo claras repercusiones negativas en materia de integración y productividad del país.
Resulta sumamente importante conocer las vivencias de las mujeres, pero para ello resulta a todas luces vital conocer y reforzar el sujeto político del feminismo
A causa del estigma asociado a su menstruación, todavía en la actualidad una mujer hindú puede verse excluida de las actividades religiosas, ser señalada y humillada en los centros educativos o directamente ser obligada a apartarse de las reuniones de su propia familia, incluso se le pueden llegar a negar actos tan triviales como cruzar un río o simplemente tocar una jarra de agua por el miedo a que esta resulte contaminada. Por desgracia, todas estas sanciones no suponen la parte más irracional asociada a la regla en un país en el que 335 millones de mujeres tienen la menstruación cada mes. Muchas de ellas, especialmente en entornos fuertemente precarizados, son a menudo forzadas a adoptar medidas irreversibles para su salud a largo plazo. La dificultad para cuidar de la higiene menstrual, el temor a un embarazo fruto de una violación y las complicaciones que la menstruación provoca en los entornos laborales, hace que muchas mujeres en La India sean sometidas a histerectomías totalmente innecesarias y perjudiciales para sus vidas.
En los últimos años, investigaciones periodísticas han destapado como en el estado occidental de Maharashtra miles de mujeres habían sido sometidas a procedimientos quirúrgicos con la intención de extirparse el útero de cara a lograr ser empleadas como recolectoras de la caña de azúcar. Las infecciones derivadas de las pésimas condiciones sanitarias de las chozas en las que viven sin atención sanitaria cerca de los cultivos y la común negativa de los empresarios de los distritos más ricos en el occidente del estado a contratar a mujeres, alegando que estas se ausentan durante varios días debido a complicaciones relativas a su menstruación, termina llevando a miles de mujeres a tomar esta drástica decisión aconsejadas o directamente presionadas por familiares o doctores sin escrúpulos. En estas condiciones, la regla supone no solo un estigma, sino también una condena para muchas mujeres en todo el país. En tan solo tres años, en el distrito de Beed se produjeron más de 4.605 histerectomías. Muchas de ellas ejercidas contra mujeres de menos de 40 años que desconocían totalmente las posibles complicaciones derivadas de un proceso tan agresivo como innecesario para sus cuerpos.
En 2019 las denuncias por agresión sexual se incrementaron en un 10,5% pese al caso de La Manada, los multitudinarios 8 de marzo o la fuerza política e institucional del feminismo
La falta de información, la práctica inexistencia de políticas diseñadas para la gestión de la higiene menstrual, la precariedad de las infraestructuras y la irresponsabilidad médica aderezada con la mera superstición que pretende dar solución con agresivas cirugías a problemas ginecológicos menores que en occidente podrían ser tratados con simples medicamentos, ha condenado a millones de mujeres a una vida de dolores persistentes y diversos síntomas con graves consecuencias sobre la salud de mujeres y niñas que en demasiadas ocasiones termina incapacitadas para los duros trabajos físicos que suponen su única vía de acceso a un salario.
Por desgracia la discriminación y la superstición asociada a la menstruación no supone una actitud social circunscrita de manera exclusiva a la República de la India. Desde el absoluto tabú que supone el tema en Malawi, pasando por la mera superstición que hace que en Tanzania todavía se siga creyendo que una persona que vea sangre menstrual quedará maldita o que en Japón se consideren que la regla puede influir en la preparación de alimentos, la menstruación sigue suponiendo en la actualidad uno de los grandes motivos por los que las mujeres de todo el mundo se ven sometidas a un trato discriminatorio y vejatorio. También en el supuesto occidente capitalista y desarrollado, la sangre procedente de la matriz que todos los meses evacuan naturalmente las mujeres, sigue suponiendo en muchos casos un motivo de vergüenza y desconocimiento, además de un claro factor de desigualdad social y económica.
No en vano, el mayor precio que comúnmente se aplica a algunos productos femeninos, la conocida como ‘tasa rosa’, puede hacer que estos productos lleguen a ser entre un 50 y un 60% más caros que sus homólogos masculinos. Un sobreprecio que tiene también su efecto sobre los productos de higiene menstrual y que convierte en un lujo lo que sin duda supone una necesidad. Según informes del Instituto de la Mujer, las mujeres españolas pasan unos 36 años de su vida con la regla, unos 13 periodos por año, lo que supone 468 periodos, cuatro días de media por cada uno de ellos, un total 1.872 días. Más de cinco años de la vida de una mujer con la regla, lo que equivale a una media de 7.000 euros dedicados a productos de higiene que en nuestro estado están gravados con un 10%, el mismo IVA que el caviar.
El tabú sobre la menstruación no solo supone un control directo de la experiencia social de la mujer, sino que afecta también a su capacidad reproductiva y a su propio cuerpo. Lejos de suponer meramente arcaicos remanentes culturales sin valor alguno de los que se niegan a desprenderse ciertas sociedades «no tan desarrolladas», el estigma más o menos directo sobre la regla viene a responder simplemente a diferentes etapas o evoluciones de la misma dinámica de opresión patriarcal sobre la mujer. Dinámicas de sumisión que por otra parte son tan diversas entre sí como lo pueden ser el matrimonio infantil o la ablación del clítoris, pero todas ellas comparten un mismo objetivo común: someter bajo el dominio masculino a la mujer.
Las formas de discriminación y opresión sufridas por el simple hecho de ser mujer, varían de forma sádica a lo largo y ancho del planeta
El matrimonio infantil se trata todavía en nuestros días una práctica común en países como Chad, República Centroafricana, Bangladesh, Guinea, India, Somalia o Nigeria. Un problema de amplias dimensiones que además de suponer un flagrante atentado contra los derechos humanos e impedir la libertad física de miles de niñas, suele esconder de forma generalizada el abuso sexual y la explotación de menores. Millones de familias en todo el planeta, pero de forma más focalizada en África Occidental y Central, además de en Asia Meridional, consideran a menudo a las hijas como meras mercancías o cargas que soportar a consecuencia del sexismo generalizado y las tradiciones que lo cimentan. Debido a esta visión mercantilista y patriarcal, cada dos segundos una niña contrae matrimonio en el planeta antes de cumplir los 18 años, cerca de 15 millones de niñas que son forzadas cada año a contraer matrimonio y a ver de ese modo trastocado definitivamente su futuro. A menudo, en aquellas regiones en las que la novia paga una dote a la familia del novio esta suele ser menor cuanto más joven es la futura mujer, por lo que existe un claro incentivo en las familias para casar a sus hijas siendo aún niñas. Mientras que en el caso de que sea el pretendiente varón el que deba pagar una dote, las hijas suelen ser vistas y utilizadas simplemente como mercancías fácilmente intercambiables por dinero en tiempos de necesidad. Los hombres adultos de estas regiones suelen hacer uso de esas tradiciones para garantizarse el acceso a mujeres mucho menores que ellos, en muchas ocasiones directamente niñas. La creencia de que el matrimonio garantiza un futuro a sus hijas o el miedo a sufrir un embarazo no deseado en entornos en los que resulta habitual la violencia sexual, supone a su vez otros de los grandes motivos para que se produzcan matrimonios infantiles. Por desgracia, es esos mismos matrimonios, la violencia sexual, física y emocional, suele resultar habitual por parte de del varón de la pareja.
El matrimonio infantil no solo niega la posibilidad de decidir con quién casarse y en qué momento hacerlo a millones de mujeres, el claro aumento de probabilidades de quedarse embarazadas, la falta de libertad para relacionarse con personas de su misma edad y la reducción de las oportunidades para recibir una educación, condena a gran parte de estas mujeres a una vida recluida al trabajo doméstico y a la explotación física y sexual por parte de quienes dicen ser sus maridos, pero no son otra cosa que sus poseedores. La falta de información o capacidad de decisión sobre su propia salud sexual y reproductiva, hace que aproximadamente 16 millones de niñas de entre 15 y 19 años den a luz cada año, muchas de ellas tendrán su primer embarazo antes de que sus cuerpos maduren, aumentando con ello considerablemente el riesgo de muerte y morbilidad materna y neonatal. En los países en desarrollo el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva resulta prácticamente inexistente, por lo que las complicaciones derivadas del embarazo o el parto suelen situarse entre las principales causas de muerte entre las adolescentes. También las infecciones de transmisión sexual suponen una de las causas de complicaciones médicas entre niñas que carecen de la información acerca de cómo protegerse de las mismas o incluso de cómo reaccionar ante abusos sexuales y relaciones abusivas. El matrimonio infantil supone un claro mecanismo patriarcal en busca de la negación del empoderamiento de la mujer y la imposición del rol de sumisión a través de las futuras generaciones.
Quizás no exista mayor traslación material de la realidad social de esta imposición irracional y sumamente violenta contra el cuerpo de las mujeres que supone el patriarcado que la mutilación genital femenina. Asentada en falsos estereotipos encaminados a imponer una clara y permanente disciplina de raíz falocrática sobre las mujeres y lograr así asentar una estructura discriminatoria para las niñas desde su nacimiento, la ablación genital consiste en un procedimiento en el que los tejidos de los órganos genitales de la mujer son lesionados o directamente eliminados de forma parcial o total, con el único fin de poder llegar a controlar los deseos y las conductas sexuales de las mujeres antes y durante el matrimonio. Sin que ni mucho menos tal arcaica e innecesaria práctica pueda llegar a garantizar esos irracionales objetivos, la extirpación o lesión de sus órganos genitales, por razones no médicas, afecta en la actualidad a más de 200 millones de mujeres en todo el mundo. Este aberrante hábito cultural no solo provoca graves problemas de salud física y mental que incide en las víctimas de forma permanente, sino que además repercute en ellas imposibilitando el normal desarrollo de sus relaciones afectivas o sexuales. La ablación genital femenina convierte a las mujeres mediante la mutilación en seres con serios problemas para poder llegar a experimentar deseo o placer. En la actualidad una de cada 20 niñas sufren alguna forma de mutilación genital femenina según las cifras aportadas por Naciones Unidas, cada año tres millones de niñas menores de 15 años son condenadas en todo el mundo mediante este cruel método a sufrir periodos irregulares, problemas de vejiga, recurrentes infecciones y en muchos casos a verse obligadas a poder dar a luz únicamente a través de una cesárea.
Para la mujer este mundo sigue siendo un lugar peligroso y hostil debido a la estructura patriarcal y a los roles de género claramente diseñados para perpetuar la sumisión de la hembra humana a los designios del machismo más rancio
Pero no solo el placer está regulado por la violencia y la imposición cultural y física del patriarcado, cuando se nace mujer, cuando se es mujer, incluso la vida y la capacidad para reproducirla se encuentra directamente amenazada. A pesar de que el aborto inseguro se sitúe como una de las principales causas de mortalidad y morbilidad maternas y a que según estudios del Instituto Guttmacher –organización sin ánimo de lucro del campo de la salud reproductiva con sede en Estados Unidos– la tasa de abortos sea de 37 por 1.000 personas en los países en los que el aborto se encuentra totalmente restringido o se permite solo en caso de riesgo para la vida de la mujer y del 34 por 1.000 personas en los países que lo permiten en general –lo que vendría a demostrar que la diferencia entre ambos supuestos es totalmente insignificante pese a aplicación de medidas restrictivas– la legislación sobre el aborto no supone todavía a día de hoy una realidad certera en el mundo y sigue aplicándose en los diferentes estados de forma compleja y diversa. En pleno 2020 países europeos como Andorra, Malta o El Vaticano y otros como Nicaragua, República Dominicana o El Salvador, condenan a las mujeres por abortar incluso en caso de haber sufrido una violación. Siendo en este sentido El Salvador uno de los países más restrictivos del mundo, con penas que pueden llegar hasta 30 años de cárcel para las mujeres que deciden interrumpir voluntariamente su embarazo.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, cada año tienen lugar cerca de 22 millones de abortos inseguros y cerca de siete millones de mujeres son atendidas en centros sanitarios por complicaciones derivadas de una interrupción voluntaria del embarazo considerada médicamente insegura. Lo que termina derivando en que entre el 8 y 15 por ciento de la mortalidad materna se deba a causas que podrían ser fácilmente evitables y están relacionadas directamente con el embarazo o el parto. Las muertes y lesiones causadas por abortos son mucho más comunes en países en vías de desarrollo en los que el acceso al aborto está limitado o prohibido por completo: en los países que de una u otra forma el aborto se encuentra completamente penalizado o se permite únicamente para salvar la vida de la mujer o preservar su salud física, solo 1 de cada 4 abortos tuvo lugar de forma segura, mientras que esta cifra aumenta de forma drástica a 9 de cada diez en el caso de países en los que el aborto es legal en supuestos más amplios.
En los estados en los que el aborto es legal, el riesgo de muerte se reduce prácticamente a cero, evidenciando de forma clara que únicamente garantizando que las mujeres puedan interrumpir su embarazo de formar libre, legal y segura, se podrán evitar en el futuro las muertes relacionadas directamente con el embarazo o el parto. Tal y como demuestran de forma clara los datos estadísticos, penalizar el aborto no impide que este se produzca, solo logra que este sea menos seguro.
El primer país en que las mujeres conquistaron el derecho al aborto bajo cualquier circunstancia fue en la Unión Soviética, en 1920. Como parte de las conquistas de la revolución socialista de 1917, el estado obrero comprendió las reivindicaciones de las mujeres en este sentido y reconoció el derecho de la mujer a no morir por abortos clandestinos, convirtiéndose en una práctica que podía realizarse en cualquier centro de salud público. La revolución socialista marcaba un camino que en 1965 seguiría Cuba como parte de las conquistas de la revolución comandada por Fidel Castro, pero habría que esperar décadas para que otros países de Europa y el mundo lo siguieran. Tan solo 50 años después en plena segunda ola del movimiento feminista, Estados Unidos y otros países de Europa avanzaron en este sentido, aunque todavía a día de hoy el aborto sigue suponiendo un territorio de marcada guerra cultural, política y legal en Estados Unidos, un país en el que sin duda este tema supone un asunto recurrente en las campañas electorales y en el que las mujeres ven a menudo amenazados sus derechos en este sentido por las campañas antiabortistas directamente dirigidas a las mujeres que acuden a las clínicas y por el cierre estos centros abortivos debido a la continua presión institucional de los estados más conservadores.
La causa del dolor, el sufrimiento y la opresión sufrida por millones de mujeres cada año en el mundo, resulta ahora ofensiva o hiriente para quienes no solo parecen renegar de la tradición feminista, sino que también lo hacen del propio sujeto del feminismo
En España, el aborto fue legalizado por primera vez durante la Segunda República Española, si bien debido a la guerra civil y a la posterior dictadura fascista, este derecho se vería pronto revocado. Actualmente, la ley del aborto aprobada en 2010 durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, permite que una mujer pueda abortar en nuestro país hasta las 14 semanas de gestación –22 semanas en determinados casos por enfermedad– independientemente del motivo. La ley impulsada por el Partido Socialista, legalizaba también el aborto para jóvenes de entre 16 y 17 años, pero una modificación del Partido Popular en 2015 hizo obligatorio requerir el consentimiento parental. No olvidemos que fueron precisamente los conservadores los impulsores del proyecto de ley de Gallardón, el cual pretendía cambiar el paradigma del aborto en España para pasar de un supuesto de plazos a uno de supuestos, concretamente dos: las mujeres podrían abortar si habían sido violadas o si existía un «menoscabo importante y duradero» para su salud física y psíquica o la del feto. Pese a considerarse un avance sólido e irreversible para las mujeres, no debemos de olvidar que en países como Argentina el aborto sigue suponiendo en la actualidad una de las principales luchas para el movimiento feminista en medio de una ola reaccionaria de populismo.
Las formas de discriminación y opresión sufridas por el simple hecho de ser mujer, varían de forma sádica a lo largo y ancho del planeta. Más de cien escuelas destruidas por los talibanes en el distrito de Swat, en el noroeste de Pakistán, como forma de presión para evitar la educación de las niñas, tasas de alfabetización menores al 17% entre niñas de 15 y 24 años en Níger, una mujer muerta cada media hora por dar a luz sin asistencia médica durante el parto en Afganistán, la prohibición del divorcio en Filipinas o el Vaticano o directamente la realidad social para las mujeres de Arabia Saudí, ese socio de la OTAN en el que solo en 2011 se aprobó el voto femenino y hubo que esperar a 2018 para que las mujeres pudiesen conducir. Un reino de la península arábiga en el que aproximadamente el 65% de las mujeres con educación están desempleadas por las restricciones para acceder al mundo laboral, dado que solo pueden trabajar, estudiar, iniciar una relación sentimental o sacarse el pasaporte para viajar si su guardián se lo permite. Un país regido por un régimen teocrático en el que las mujeres deben vestir el manto de abaya, una túnica que cubre todo el cuerpo menos la cara y las manos.
Para la mujer este mundo sigue siendo un lugar peligroso y hostil debido a la estructura patriarcal y a los roles de género claramente diseñados para perpetuar la sumisión de la hembra humana a los designios del machismo más rancio. Según datos proporcionados por Naciones Unidas, cada día son asesinadas un promedio de 137 mujeres alrededor del mundo por su pareja o un miembro de su familia. El 35% de las mujeres del planeta mundo han sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental o violencia sexual por parte de otra persona distinta a su compañero sentimental y cerca de un 70% de las mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental. Las mujeres adultas representan más de la mitad de las víctimas de trata de seres humanos detectadas a nivel mundial, unos 15 millones de mujeres de entre 15 y 19 años han sido obligadas a mantener relaciones sexuales forzadas y un estudio realizado en 27 universidades de los Estados Unidos en 2015 reveló que el 23 por ciento de las estudiantes universitarias había sido víctima de agresiones sexuales o conductas sexuales indebidas. A su vez, una de cada diez mujeres de la Unión Europea declara haber sufrido ciberacoso desde la edad de 15 años, lo que incluye haber recibido correos electrónicos o mensajes de texto no deseados, sexualmente explícitos y ofensivos, o bien intentos inapropiados y ofensivos en las redes sociales. El riesgo es mayor para las mujeres jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años. Los resultados de un estudio nacional efectuado en Australia demuestran que casi dos de cada cinco mujeres (39 por ciento) de 15 o más años de edad que han participado en el mercado laboral durante los últimos cinco años han sido víctimas de acoso sexual en el lugar de trabajo en ese período. En un estudio plurinacional realizado en Oriente Medio y África del Norte, entre el 40 y el 60 por ciento de las mujeres declaró haber sufrido acoso sexual en la calle. Mientras que en La India se registran al menos tres ataques con ácido a la semana.
Durante siglos la menstruación ha supuesto incomprensiblemente un tabú que ha situado su vivencia en la superstición, el mito y el estigma social que relega a la mujer a un papel de sumisión frente al hombre
En Rusia una mujer es asesinada cada 38 minutos, mientras que con una tasa de 1,6 por cada 100.000 habitantes, América Latina es la segunda región con más riesgo de mortalidad para las mujeres después de África. En el estado español, desde 2010 han sido asesinadas más de 1000 mujeres a manos del terrorismo machista y durante el pasado año se han denunciado más de 1.000 agresiones y abusos sexuales cada mes.
En 2019 las denuncias por agresión sexual se incrementaron en un 10,5% pese al caso de La Manada, los multitudinarios 8 de marzo o la fuerza política e institucional del feminismo. Pese a todo ello, o quizás precisamente debido a esa demostración de fuerza y hartazgo con la situación de sumisión e indefensión a la que el machismo institucional y social pretende relegar a las mujeres, la reacción patriarcal se muestra cada vez más desproporcionada en el uso de la violencia, pero esto no hace sino señalar claramente que el patriarcado es débil cuanto más fuerte es el feminismo, cuanto más directamente se atacan sus estructuras de reproducción social. Resulta sumamente importante conocer las vivencias de las mujeres, pero para ello resulta a todas luces vital conocer y reforzar el sujeto político del feminismo. No se trata de una tarea baladí o que pueda abandonarse de cara a primar cualquier otro interés que puede encontrarse más o menos relacionado con la batalla por la igualdad y los derechos de las mujeres, pero que sin embargo no recae sobre los hombros del feminismo.
Las obligan a casarse, son estigmatizadas, se les impide decidir sobre su cuerpo y sobre su sexualidad, se les niega el acceso a la educación y los derechos más básicos, las violan y las asesinan por el hecho de ser mujeres. Pero incluso hoy, llegar a afirmar esto, ha pasado de ser una obviedad para cualquier persona comprometida con la lucha feminista a ser considerado por muchos e incluso muchas como una afrenta imperdonable, algo que no debe pronunciarse, en definitiva un nuevo tabú. La causa del dolor, el sufrimiento y la opresión sufrida por millones de compañeras cada año en el mundo, resulta ahora ofensiva o hiriente para quienes no solo parecen renegar de la tradición feminista, sino que también lo hacen del propio sujeto del feminismo. Reniegan en definitiva de la mujer. Hoy el machismo avanza en su agenda de sometimiento envuelto en el falso velo del progresismo y las doctrinas del género, un curioso disfraz tejido con cinismo en la propia opresión patriarcal que sustenta la cárcel de las mujeres.