febrero 2025

En el convulso y extraño comienzo de la década de los 90 del siglo pasado, el grupo trotskista El Militante predicaba sobre la inminente transformación de los “regímenes stalinistas”, empezando por la URSS, que estaban cayendo uno tras otro en la Europa oriental en ”auténticas” revoluciones proletarias que, esta vez sí, iban a cumplir punto por punto, de forma lineal e ininterrumpida, el programa obrero revolucionario; estas “revoluciones” se guiarían por su rechazo a un “burocratismo stalinista”, que había cooptado por décadas las aspiraciones proletarias, y por lo que ese grupo definía como un “trotskismo” a veces inconsciente, otras plenamente consciente; ni que decir tiene que esas “revoluciones proletarias” iban a ser el pistoletazo de salida para una “gran revolución proletaria mundial” acabando con esa aberración del “socialismo en un solo país”.
Ya antes, y desde otra corriente trotskista históricamente rival a la representada en el Estado español por El Militante, Ernest Mandel, el máximo teórico del Secretariado Unificado de la IV Internacional, afirmaba en los 80 del siglo pasado que el sindicato polaco Solidarnosc era la punta de lanza de “una revolución obrera antiburocrática”, para poco después ya en los 90, respecto al dirigente soviético Mikhail Gorbachov, afirmar que, a pesar de la imposibilidad de reforma del “burocratismo stalinista”, tenía “buenas intenciones” y que había que valorar positivamente sus reformas aperturistas y “democratizadoras”.
Hoy, 30 años después de no ver ni una sola “revolución proletaria” en la Europa oriental ni en la desparecida Unión Soviética, sino más bien la implementación al principio de verdaderas terapias brutales de choque neoliberales y la posterior consolidación de países capitalistas, cada uno con sus peculiares características, integrados la mayoría de ellos en la OTAN y la Unión Europea, toda aquella verborrea en unos casos, como sesudos análisis en otros, suenan o bien a delirio o bien a predicciones de pitonisa televisiva de altas horas de la madrugada especialistas en regalar los oídos con aquello que se quiere exactamente oír.
La destrucción del socialismo soviético como de las llamadas democracias populares europeas, así como de las variantes socialistas peculiares de Yugoslavia y Albania, no fueron el preludio de ninguna “revolución proletaria” sino una tragedia de diferentes dimensiones: geopolítica, económica, social, cultural y humana de tal magnitud que aún hoy, 30 años después, sigue lastrando a esos países en muchos aspectos. Y no, esos países no eran “paraísos socialistas”, de hecho, no supieron ni pudieron resolver los diferentes problemas que se fueron acumulando en una autocomplacencia y falta de rigor y vigilancia revolucionaria irresponsables que terminó en la restauración del capitalismo más cruel y despiadado, y en el dominio unipolar imperialista de los Estados Unidos.
Porque a diferencia de la literatura trotskista, la construcción del socialismo no es un camino lineal que mágicamente conduce del punto A al B sin convulsiones, retrocesos o etapas, en las que el entusiasmo revolucionario de las masas milagrosamente siempre está vivo, en el que nunca se deben establecer compromisos o alianzas a priori contradictorias y en el que, por supuesto, las diferencias nacionales y culturales o no son importantes o simplemente son ignoradas.
Si, como se decía anteriormente, todas las predicciones del trotskismo, o al menos del trotskismo hegemónico, sobre la caída de la URSS y de las democracias populares nos pueden sonar a día de hoy delirantes, no lo son menos los discursos del trotskismo respecto a determinados acontecimientos que se derivaron de las llamadas “primaveras árabes”, especialmente en lo que se refiere a Libia y Siria, o del conflicto abierto en Ucrania desde 2014 hasta hoy. Al respecto sería conveniente hacer dos consideraciones: la primera es que aunque se ha empezado hablando del trotskismo- de organizaciones trotskistas y de teóricos trotskistas- la cuestión es que determinados argumentos, aunque con matices, giros y particularidades, sobrepasan el marco del trotskismo para ser asumidos por otros actores políticos y corrientes de pensamiento adscritas al marxismo, incluso por las que se declaran rabiosamente contrarias al trotskismo, así como por la socialdemocracia y las diferentes excrecencias posmodernas del eurocomunismo; la segunda es la perfecta funcionalidad de esos argumentos con la geopolítica del capitalismo en su fase imperialista en una coyuntura en la que el hegemonismo imperialista norteamericano intenta mantenerse a toda costa.
Por tanto, en el presente artículo no se trata de hacer del trotskismo un muñeco de paja o saco de boxeo útil para descargar nuestras frustraciones, ni tampoco se trata de indagar en si determinadas organizaciones trabajan o no para determinados servicios secretos o si reciben financiación de tal o cual organismo gubernamental, lo cual sería interesante sin lugar a dudas, pero no, se trata de ir a la esencia que inspira determinados discursos y plantear una crítica consecuente, pero, ¿con qué fin? No hay una finalidad intelectual, no hay tampoco una pretensión de zanjar debates teóricos sobre por ejemplo el capitalismo en su fase imperialista, no, se trata en definitiva de plantear herramientas y elementos de análisis para la militancia comunista y revolucionaria antiimperialista fuera de esos esquemas lineales, rígidos, idealistas e idealizados propuestos por amplios sectores de lo que se viene auto denominando como izquierda en un sentido amplio y de adscripción marxista en particular.
Siguiendo ese propósito enumeramos una serie ítems o de lugares comunes en los argumentarios de esa izquierda funcional a la geopolítica del imperialismo de forma breve, por razones de sencillez y agilidad para que sirva, en última instancia, para el desarrollo de futuras reflexiones más extensas.
La visión teleológica. Fundamentalmente el trotskismo, pero también otras tendencias que se reivindican del marxismo, han caído en visiones teleológicas de las revoluciones y cambios sociales, dicho de otra manera, las revoluciones y cambios sociales se ven en todo caso como inevitables, como una sucesión de eventos dentro de un proceso que se van a dar gracias a la apelación a determinadas leyes de forma ininterrumpida. Se trasladan sin más determinadas leyes de las ciencias naturales o de la física a las ciencias sociales, o más concretamente al materialismo histórico. Esta visión teleológica, en su linealidad, excluye los retrocesos, y se toma los contratiempos, como simples altos en un camino ya trazado de principio a fin.
El burocratismo. Quizá en esta cuestión se hayan destacado especialmente las corrientes trotskistas, y de alguna manera también las corrientes maoístas, pero sobre todo nos referimos al error de considerar todo alto en el camino, todo momento de repliegue y reorganización de fuerzas, es decir, momentos en los que se hace necesario estructurar una organización administrativa capaz de facilitar el día a día obrero y popular en los procesos de revolucionarios ya sean proletarios o de liberación nacional, como anquilosamiento, o directamente como “degeneración burocrática”. Dentro de esa visión teleológica a la que antes hacíamos referencia, el proletariado siempre está entusiasmado y participativo, es más, siguiendo el hilo argumental, tampoco hacen falta expertos en diferentes materias porque el proletariado ha llegado a tal grado de madurez en el que cualquier obrero es capaz de asumir cualquier tarea; por tanto, no hacen falta “burócratas” que estropeen la misión idealizada de un proletariado en marcha.
En el caso concreto del trotskismo, hay que tener presente que el desarrollo del llamado “socialismo en un solo país” conduce inevitablemente a la burocracia y al autoritarismo.
Autoritarismo y represión. Todo proceso revolucionario, sea democrático, proletario o de liberación nacional necesita de la represión, en realidad todo régimen político, o más aún, todas las relaciones sociales de producción que se establecen sobre una base económica determinada necesitan de la represión y del principio de autoridad. No todas las contradicciones se van a poder resolver de una manera democrática y participativa, por tanto, la cuestión es qué se reprime, a quién se reprime y por qué. No siempre la represión de aquellos comportamientos que se entienden contrarios a un proceso transformación social progresista es proporcional o justa, solo en procesos idealizados fuera de cualquier análisis materialista de la realidad, lo injusto y lo desproporcionado queda excluido; con esta afirmación no se pretende justificar nada que no lo merezca, solamente contextualizar. Toda revolución socialista ha buscado un principio de autoridad y eso es algo en lo que por ejemplo el propio Trotski estuvo de acuerdo, y tanto es así que actuaciones cuestionables del propio Trotski como la de Kronstadt o su apuesta, en contra de Lenin, por la militarización de los sindicatos así lo atestiguan. Por tanto, no valen las visiones abstractas o idealizadas, todo análisis del autoritarismo y la represión de ser circunscrito a un análisis concreto, ni más ni menos. Como tampoco vale el oportunismo de excluir el autoritarismo o la represión cuando éstas se ejercen por un determinado líder revolucionario al que se tiene idealizado o cuando la llevan a cabo organizaciones adscritas a una determinada corriente ideológica.
La eterna crisis de la dirección proletaria. La cuestión de la dirección proletaria es uno de los grandes fetiches del trotskismo casi en exclusiva. Que la cuestión de una dirección revolucionaria es fundamental nadie desde el marxismo lo pone en duda, sin embargo, el excesivo enfoque en la cuestión de la dirección ha hecho caer en el unilateralismo a las tendencias trotskistas negando toda relación dialéctica entre direcciones y bases.
¿Todo Estado capitalista es imperialista? Esta cuestión no solo afecta al trotskismo, es más, al respecto podemos encontrar la funesta tendencia a considerar imperialista a todo Estado capitalista más fuera que dentro del trotskismo. Como ya hemos explicado antes, no se trata de hacer del trotskismo un muñeco de paja. Por eso, organizaciones nada sospechosas de profesar el trotskismo como el Partido Comunista Griego (KKE) y sus partidos hermanos, especialmente en el Estado español (PCTE) y México (PCM), u organizaciones de reciente creación en el Estado español como el Movimiento Socialista, vienen a coincidir con matices con, por ejemplo, el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional. Por supuesto, no todo Estado capitalista es imperialista, ordenándose el sistema mundial en una pirámide tal y como sostiene el KKE griego, pero tampoco todo Estado con cierto grado de centralización de capitales, desarrollo del capitalismo financiero y que exporta capitales es per se imperialista, es más, ni siquiera Lenin argumentó tal cosa; lo será, en todo caso, si esas características –las famosas 5 características leninistas del imperialismo- determinan un Estado parasitario capaz de vivir de la explotación de países periféricos sometidos. Por tanto, ni la República Popular China, ni mucho menos Rusia entran al menos de momento en tales consideraciones, lo que no quiere decir que a China no se la pueda considerar una potencia económica ni a Rusia una potencia militar, pero esas son cuestiones distintas a la consideración imperialista. También es otra cuestión muy diferente el que de un Estado que es una potencia económica o militar pueda surgir un Estado imperialista, pero estamos hablando de una posibilidad futura, nada más.
Antes de finalizar, habría que hacer una consideración importante. A pesar de ese optimismo revolucionario del trotskismo y otras corrientes, también podemos observar lo contario, es decir, un pesimismo y un fatalismo paralizantes fundamentados en la inevitabilidad de la “degeneración burocrática” o “autoritaria” o en la eterna “crisis de la dirección proletaria” que siempre terminan por dar al traste con las aspiraciones revolucionarias del proletariado.
Llegados a este punto hay que hacerse la pregunta clave: ¿por qué determinada izquierda marxista es funcional al imperialismo? Podríamos responder de una forma rápida y sencilla diciendo que las organizaciones trotskistas, maoístas, hoxhistas o el KKE griego están siendo financiadas por los imperialistas, pero el problema es que no tenemos pruebas de ello y conseguirlas se presenta como una tarea complicada.
Podríamos asumir las últimas tesis del sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel adscrito a la teoría decolonial antiimperialista que se basan en la división de las elites capitalistas mundiales entre neomalthusianos defensores de un gobierno mundial que utilizan movimientos como el feminismo o el ecologismo para reducir la población mundial (ecofascismo), por un lado, y las viejas elites capitalistas, por otro, que apuestan por el soberanismo imperialista, el negacionismo climático, el machismo, el racismo y el supremacismo blanco occidental. Siguiendo a Grosfoguel, los neomalthusianos habrían cooptado a la izquierda, de ahí que gran parte de la izquierda actual, incluida la revolucionaria de inspiración marxista, esté siguiendo las directrices de estas elites. No es el momento de entrar a polemizar sobre lo problemático de las tesis de Grosfoguel, donde puede haber elementos de suma importancia para el análisis de la coyuntura actual y para vislumbrar futuros movimientos, pero también elementos cuya veracidad y exactitud están cuanto menos por ver.
Sin embargo, pensamos en todo caso que la cooptación de la izquierda por esas elites capitalistas puede ser aplicable para las de raíz socialdemócrata, eurocomunista o posmoderna, pero no exactamente para el caso de las izquierdas que se adscriben al marxismo.
Pensamos que a lo largo del presente texto hemos aportado las claves fundamentales para responder a la pregunta inicial. Si tenemos en cuenta que la Siria baazista o la Libia de la Yamahiriya no son regímenes “auténticamente socialistas”, sino regímenes “pequeñoburgueses” instalados en el “autoritarismo” y la “burocracia”, herederos de alguna manera del “stalinismo” y sus métodos, o que Putin no es más que otro heredero del “stalisnismo” así como de las tendencias expansionistas imperiales zaristas, y de ahí la intervención rusa en Ucrania, entonces, la destrucción de estos regímenes por movimientos que en seguida son tildados de “revolucionarios” a los que hay que apoyar, son necesarios para dar paso a verdaderas revoluciones proletarias. Da igual que hoy Libia sea un inhumano mercado de esclavos, da igual que hoy en Siria se estén persiguiendo a minorías étnicas o religiosas, se estén privatizando recursos públicos o que bandas de muyahidines fanáticos del Asia central estén secuestrando y violando a mujeres o que éstas no vayan a poder disfrutar de derechos básicos que hasta ahora venían disfrutando; como da igual que el nacionalismo ucraniano fascista heredero de los colaboradores con los nazis durante la II Guerra Mundial hayan sido utilizados desde 2014, golpe de Estado mediante, para el enfrentamiento con Rusia. También estas apreciaciones son válidas para los casos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, donde regímenes políticos corruptos y traidores a la causa de la “revolución” mantienen su poder gracias a la represión, sin tener en cuenta lo más mínimo los planes de recolonización del imperialismo norteamericano o de otros imperialismos occidentales, o como se les boicotea, bloquea o se crean instrumentos para la desestabilización social y económica y el sabotaje. Todo eso da igual, o bien se ignora o bien se minimiza, porque desde los esquemas que hemos presentado anteriormente, todos esos regímenes han de desaparecer para dar lugar a una democracia que, en esa visión teleológica, desembocará en una revolución proletaria. Da igual incluso que ya en los 90 del siglo pasado nos quedara perfectamente claro que la sucesión de acontecimientos no es ni la que han venido analizando y ni mucho menos pronosticando. El idealismo es dogmático por naturaleza.
Como se lamentó Marx en una ocasión: “sembré dragones y coseché pulgas”.
