Autor: Fernando Buen Abad | internet@granma.cu
4 de abril de 2022 19:04:15
No hay que esperar a que la burguesía se asuste para que se muestre nazi-fascista. La ideología de la clase dominante posee, de nacimiento, filigranas de odio empapadas en miedo de clase, que trabajan sistemáticamente en todo el espectro, objetivo y subjetivo, de sus dominios.
Actúan permanentemente, en una calle oscura, en un semáforo, cuando se acerca alguien que no usa ropa aceptable, cuando el color de la piel no es como debería ser, cuando se habla distinto, cuando huele a pobreza, cuando la propiedad privada se ve amenazada.
Ahí está el odio-miedo disfrazado de rejas, en puertas y ventanas, disfrazado de perros guardianes, de guardaespaldas y vigilancia zonal humana o con cámaras. Ahí está el odio que les da sentido a sus policías, ejércitos, leyes y políticos asalariados para cuidarle a la burguesía todos sus bienes y sus males. El sentido burgués del odio.
Sabemos que la burguesía cultiva el nazi-fascismo como defensa máxima cuando su «democracia» deja de asegurarle el control sobre las personas que desesperan víctimas del despojo y la humillación. Cuando se respira un tufo desmoralizador provocado por el espectáculo siniestro del capital saqueándolo todo para aplastar a la clase trabajadora.
Entonces, se desnuda el alma nazi-fascista exhibiendo sus miserias macabras dispuestas a conservar intacto el modelo económico de sus amores, aunque hubiere que retocar (reprimir) algunas reglas o desviaciones de conducta general autorizada.
Es un alma que exhibe sus partes pudendas fanáticas, racistas, intolerantes… que tanto se estudian y protegen en algunas universidades, fundaciones, iglesias u organizaciones financiadas ex profeso; incluso bajo mantos «progres».
Es esa la misión semiótica del nazi-fascismo: hacernos débiles y desorganizados, pero solidarios con su miedo y su odio. Como si fuesen nuestros. Como si fuesen baluarte de la humanidad, nuestra obra cumbre. Defender la paz burguesa y autorreprimirnos si alguna tentación rebelde nos asaltara en la conciencia de clase.
La misión semiótica del nazi-fascismo es infiltrarse en nuestras vidas, acostumbrarnos a su presencia, enseñarnos a disfrutarlo y amarlo inculcándolo en nuestros hijos y nietos. Su misión es acomodarse en todas las capas intelectuales y emotivas del proletariado y combatir, calladamente, desde lo más hondo e íntimo, aquello que amenace al capital, a sus sirvientes gobernantes y a las costumbres o tradiciones del familiarismo, el individualismo y el consumismo.
La misión semiótica del nazi-fascismo es no solo presentarse como forma de represión pura, o terror obvio, sino también como una forma de violencia amigable e incuestionable para mantener las cosas como están, para aceptar que «así están bien», y educar a la prole para que lo respeten religiosamente, porque de lo contrario, ahí está el Estado especializado en «poner orden».
La misión semiótica del nazi-fascismo no se contenta con destruir el pensamiento y la acción revolucionaria, su misión es mantener el statu quo gracias al sometimiento de conciencias en sociedades atomizadas. Bajo los encantos de la armonía hipócrita.
Para tal cometido se diseña todo género de apariencias: vestuarios, maquillajes, insignias, ejércitos, gesticulaciones, fraseologías y mercadotecnias…, deportes, shows, películas, series, noticieros…, muchos de sus resortes subliminales indagados en los rincones más insospechados de la subjetividad humana y convertidos en detonadores patológicos de terror, angustia, desolación y desamparo para doblegar voluntades y llevarlas del arrepentimiento, a la inmovilidad permanente.
Imponer la dictadura material y espiritual de la impotencia más despiadada al servicio del capital. Familias «bonitas», con niños rubios y bienestar pequeño-burgués para modelar el «deber ser» de la única célula social santiguada por el poder económico e ideológico…, siempre y cuando tengan poder de compra y poder de endeudamiento.
Pero la cosa no es tan fácil y los pueblos han aprendido a luchar contra ese aparato monstruoso. Por eso fue derrotado estrepitosamente en 1945. Y después también. No son invencibles.
Una perspectiva revolucionaria debe adelantarse científicamente a los hechos para ver cómo se moverán las fuerzas nazi-fascistas contra la humanidad, seduciéndola, por una parte, y reprimiéndola por otra.
Aprovechará la desesperación social y la falta de dirección revolucionaria. Ellos nos atacarán con todas sus armas de seducción, con canciones, películas, modas, ideología y simbología. Harán que parezca «progre» vestirse como nazi de los 40, y ser déspota como yanqui de los 90.
Usarán sus armas materiales y morales para dominar a la clase obrera, y a sus organizaciones, hasta lograr el debilitamiento de las rebeldías en geografías diferentes, entre clases, partidos, direcciones, en tiempos de corta y larga duración. Usarán a la ignorancia y a la desinformación teledirigidas.
Hoy la situación mundial está atravesada por múltiples contradicciones, disputas comerciales, crecimiento de nacionalismos de derecha y xenofobia. Neo-reformismos a granel. No parece que estemos suficientemente preparados para situaciones de convulsión nazi-fascistas que se deslizan en una miríada de mascaradas absorbidas socialmente.
Requerimos mucha calidad en los estudios concretos de la actual situación histórica, que no tiene parangón en la formación del nazi-fascismo. La lucha contra eso exige un método de análisis y praxis, de plena vigencia y en tiempo real. Lecciones de estrategia y táctica basadas en filosofía, no escapista, capaz de poner luz en todo lo que tenga de nuevo el desembarco semiótico del nazi-fascismo. Un fenómeno nuevo con tecnología nueva en nuestra época.
Todo tiene sentido. Ellos dicen tener superioridad de mentalidad, sangre y raza, dicen ser estéticamente superiores. Eso lo aplauden y lo creen empresarios y financieros de un abigarrado sistema de propaganda, armado con tecnologías para seducir a las masas.
Aman la propaganda y el fanatismo. Aman el entretenimiento como fuente doctrinaria de valores y costumbres, y ponen acento en la firmeza del gobierno y la democracia que ellos controlan. Se trata de anestesiar a las masas para mantener a todos con buen espíritu de disciplina subordinada a la voluntad conservadora. Que nada altere sus negocios.
En una escena de la película Cabaret, se reúne un grupo de muchachos de las juventudes nazis. Cantan una canción que inicia un solista y elevan gradualmente las voces para terminar siendo un coro cantado con énfasis y contundencia. El estribillo es Tomorrow belongs to me (El mañana me pertenece).
Dos testigos de semejante himno, al retirarse del lugar, dicen, entre sí, palabras más palabras menos: «quiero ver cómo controlarán esto».
Solo el Ejército Rojo pudo. No olvidarlo.