DANIEL SEIXO PAZ
30 de diciembre de 2024
El tablero internacional está hoy marcado por tensiones geopolíticas y contradicciones sistémicas. En este momento crucial de la historia, la necesidad de una militancia comunista con pensamiento dialéctico propio supone una tarea ineludible. No basta con repetir consignas o abrazar posturas superficiales, necesitamos poder trasladar una comprensión profunda de las dinámicas sociales, económicas y culturales que configuran el mundo actual. Si carecemos de esta herramienta, si fracasamos en esta tarea, la acción política corre el riesgo de convertirse en activismo estéril, sin fundamento o capacidad para transformar las condiciones materiales que perpetúan la explotación y la opresión de nuestro pueblo.
La lucha por un mundo nuevo no puede abordarse desde la ingenuidad. El capitalismo, en su fase imperialista actual, empleará todos los recursos a su disposición para perpetuarse. La reciente escalada en la agresión imperialista en Siria no es un hecho aislado, sino una manifestación de un sistema que, a pesar de estar sumido en una profunda crisis estructural, sigue mostrando su enorme capacidad destructiva en los que deben ser sus últimos estertores.
Siria se ha convertido en el centro de una batalla prolongada, donde las potencias occidentales ha combinado el financiamiento de grupos terroristas por potencias occidentales y regionales con una intensa guerra mediática. Esta doble ofensiva buscaba justificar una intervención militar destinada a derrocar a un gobierno que durante mucho tiempo ha luchado por defender su soberanía frente a presiones externas.
Mientras tanto, los medios afines a Washington han ignorado el saqueo sistemático de los recursos sirios a manos de las fuerzas de ocupación estadounidenses. Este despojo, que incluye el robo del 83% de la producción petrolera diaria y toneladas de trigo, ha sumido al país en el hambre y la pobreza extrema, exacerbando el sufrimiento de una población ya desgastada por años de conflicto.
Este expolio constante, escoltado por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), erosionaba lentamente la moral de un ejército que combatía no solo a enemigos externos, sino también las secuelas internas de un conflicto interminable. Una guerra diseñada no para obtener una victoria militar rápida, sino para agotar de manera prolongada las fuerzas productivas y desintegrar el tejido social sirio, preparando así el terreno para un golpe certero ejecutado por las sucursales yihadistas financiadas y armadas por Washington y Tel Aviv.
El pueblo sirio, víctima del saqueo y la destrucción, seguía siendo atacado, no exclusivamente mediante bombardeos, sino también a través de una guerra mediática y propagandística diseñada para deslegitimar el papel de la resistencia antiimperialista. Organizaciones radicalizadas como Hayat Tahrir al-Sham (HTS), presentadas por los imperialistas como «combatientes por la libertad», son un ejemplo claro de cómo los intereses imperialistas manipulan el descontento popular —generado por sus propias sanciones— y lo convierten en una pieza más en el tablero geopolítico, dispuesta a teñirse de sangre en un juego ajeno a los intereses de los pueblos que sufren sus movimientos.
El internacionalismo proletario no significa idealizar luchas ajenas, sino combatir al enemigo común desde cada trinchera. La consigna “todo lo que debilita al imperialismo fortalece a los pueblos” debe ser el faro que guíe nuestras acciones. Esto requiere también aprender de las experiencias históricas y aplicar las lecciones que de ellas se derivan.
Apoyar al gobierno de Assad en este conflicto nunca ha supuesto una adhesión acrítica ni un aval absoluto a sus políticas internas, sino únicamente el reconocimiento de que, en la actual correlación de fuerzas, su permanencia en el poder suponía un factor clave para lograr frenar la dominación imperialista en la región. Assad representaba un gobierno que, a pesar de sus limitaciones y contradicciones, defendía la soberanía de Siria frente al avance del fundamentalismo y los intentos de kosovización del territorio por parte de Estados Unidos.
El imperialismo, disfrazado en Siria de «liberación» y «revolución», sigue siendo el principal enemigo de los pueblos que defienden su soberanía. La manipulación mediática, junto con las alianzas estratégicas de potencias como Turquía, Israel y Estados Unidos, ha creado un escenario donde las luchas locales se distorsionan al servicio de intereses imperialistas. En este contexto, la militancia comunista debe abordar el conflicto con una comprensión profunda de su complejidad, evitando tanto el falso consenso promovido por los medios, como la incoherencia de ciertos sectores izquierdistas que, paradójicamente, siempre terminan atacando nuestras propias filas.
Nuestra clase social debe comprender que su liberación es imposible sin identificar y analizar las cadenas que la oprimen. Apoyar a los pueblos revolucionarios que luchan por su autodeterminación constituye un principio esencial para cualquier movimiento que aspire a la emancipación humana. El pensamiento revolucionario no puede limitarse a reaccionar frente a las injusticias del presente; tiene la obligación moral de estructurarse como una herramienta capaz de imaginar y construir un futuro radicalmente diferente. Esto exige cuestionar las categorías impuestas por el capitalismo y el imperialismo, desafiando los llamados «valores universales», la democracia burguesa, su interpretación de los derechos humanos e incluso su noción de libertad.
Es especialmente crucial hacerlo cuando el pensamiento dominante nos arrastra hacia una narrativa que busca legitimar alternativas políticas destinadas a perpetuar la opresión y la barbarie. En este marco, la militancia comunista debe ser un ejercicio creativo, capaz de romper moldes y construir nuevas realidades, no una mera imitación de fórmulas pasadas.
En el contexto actual, en el que las contradicciones del capitalismo se hacen cada vez más evidentes, la militancia comunista tiene la responsabilidad histórica, no solo denunciar las injusticias, sino también proponer soluciones concretas y viables que permitan analizar de forma eficiente el mundo que nos rodea y avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa. La construcción de estas alternativas debe partir del reconocimiento de las particularidades de cada contexto, de cada pueblo y cada revolución, sin perder de vista la perspectiva global.
Los ejemplos de Vietnam, Cuba, Argelia y tantas otras naciones que han enfrentado al imperialismo demuestran que, incluso en las condiciones más adversas, es posible derrotar a los opresores cuando se cuenta con una organización consciente y una estrategia definida. En este sentido, el caso de Siria ilustraba la necesidad de comprender las alianzas tácticas dentro de una estrategia antiimperialista más amplia.
Es fundamental que los comunistas interpretemos esta coyuntura desde una perspectiva dialéctica, reconociendo que la lucha por un mundo nuevo no puede prescindir de alianzas temporales que debiliten al enemigo principal, incluso cuando estas sean contradictorias en alguno de sus puntos.
La lucha por un mundo mejor no será fácil, ni rápida. Requiere paciencia, determinación y una visión clara de los objetivos a largo plazo. Pero sobre todo, requiere la convicción de que otro mundo no solo es posible, sino que resulta necesario. La militancia comunista, armada con un pensamiento dialéctico propio y un compromiso inquebrantable con la lucha revolucionaria, tiene un papel crucial que desempeñar en esta larga marcha. El reto está ante nosotros. La pregunta no es si estamos preparados, sino si estamos dispuestos a asumirlo.