
Relato de SARA ROSENBERG
20 marzo-2024
GAZAS.
Es posible que sea la sequedad del aire o tal vez la tensión que le producen los constantes tambores de guerra nuclear. O las dos cosas y otras más, lo que le hace sangrar así la nariz a las dos de la mañana.
De pronto la sangre cae y se desliza, mancha el suelo, forma un pequeño charco mientras no sabe qué hacer además de tener miedo hasta que por fin empieza a apretarse la nariz con una gasa.
Se sienta y espera que pase, como esperan los que son vulnerados ahora mismo por las bombas que caen sin cesar a unos kilómetros de aquí. La sangre acarrea imágenes turbias bajo el polvo de los escombros, el dolor y la muerte. No debe pensar en eso ahora sino apretar su nariz, borrar inmediatamente esas imágenes que llegan cada cinco minutos al teléfono, niños, cuerpos destrozados, miles de hambrientos en la misma noche.
La sangre sigue cayendo, dos gasas empapadas y ahora la tercera. Gasas-Gaza dice, mientras su absurdo miedo a la sangre que sigue cayendo crece hasta que decide llamar al médico.
En el teléfono la voz enlatada le pide todos sus datos, los da y espera mientras el zumbido, esa especie de campana telefónica sigue anunciando que están llegando más mensajes sobre lo que está sucediendo en Gaza y ya es la cuarta gasa empapada en sangre que tira y abre una nueva. Allí ni siquiera hay papel ni algodón, ni comida ni agua, no hay nada y resisten o sea que será mejor que no te quejes por una nimiedad y que te tranquilices.
- Buenas noches, soy el doctor Agudelo, dígame qué le sucede.
- No lo sé, sangro por la nariz y no sólo por un orificio sino ahora por los dos.
- ¿Toma usted algún anticoagulante?
- No.
- ¿Algún otro medicamento?
- No.
- ¿Es la primera vez que le sucede?
- No, hace unos meses me pasó, pero solo sangré del lado derecho.
- No pasa nada, con el dedo pulgar y el índice apriete bien la nariz.
- Pero si aprieto no puedo respirar…
- Respire por la boca, no pasa nada. ¿Está usted sola?
- Sí.
- Le mando una ambulancia.
- Gracias
- ¿Su dirección?
- San Agustín 34, 4º izquierda.
- Vale, la llamarán para decirle cuanto tardan. Apriete bien y permanezca sentada.
- Si, gracias.

La campanita telefónica sonaba de fondo mientras el médico hablaba y sigue sonando, pero no va a abrir el teléfono sino a quedarse sentada apretando su nariz. Es lo que hace. Ausentarse, hasta que suena el teléfono otra vez.
- ¿Inés Pinedo ?
- Si.
- La ambulancia está de camino. Tardará unos 20 minutos más o menos.
- Si, gracias.
Cinco, seis o siete gasas más empapadas y la sangre en la garganta que no puede hacer otra cosa que tragar porque no sabe cómo escupir o hacer algún movimiento útil. La campanita del teléfono no cesa y con la mano libre abre y empieza a leer los mensajes.
Acaban de bombardear el hospital de Al Shifa, donde la gente se refugiaba de las bombas. Las imágenes de terror se suceden, videos, fotografías y la impotencia feroz. El resto es indiferencia o la complicidad en imágenes y declaraciones de los dueños del “jardín”.
Tal vez su nariz ha decidido llorar todo lo que no lloran los ojos y sigue empapando más gasas que ya ni cuenta hasta que suena el timbre, aprieta el botón del telefonillo, espera los cinco minutos que suceden desde el portal al cuarto piso, camina hacia la puerta y abre. Un hombre joven con uniforme azul y amarillo la saluda y entra.
- Buenas noches, ¿cómo está?
- Bien, parece que ya está pasando.
– Mejor así, déjeme ver.
Con la mano en un guante azul le quita la gasa empapada, pone otra y aprieta la nariz haciendo mucha presión.
- Hay que apretar bien y dar calor.
- Sí.
- ¿Vamos entonces al hospital?
- No lo se…
- Si no quiere ir, informo que haremos la cura en casa.
- Mejor, yo soy como las lavadoras viejas que arrancan cuando llaman al mecánico- trata de reírse pero no puede. El si se ríe.
- Yo de esto se bastante, soy boxeador.
Ella lo mira y constata que su nariz achatada es la clásica nariz de boxeador. El sigue apretando en pinza la nariz.
- La sangre se corta cuando hay calor.
- La sangre se corta cuando hay calor- repite ella.
- Es lo importante y se lo digo por experiencia propia. ¿No está mareada?
- No.
- ¿Tiene la tensión alta?
- No.
- Entonces se cortará rápido- dice.
Ella se limpia con la gasa que tiene en la mano y siente que la sangre sale mucho más lenta, ya no se atraganta.
Calor, milagros de la especie humana. Allí, ahora mismo esta cayendo una tormenta sin techos ni paredes.
- ¿Entonces llamo para informar que no irá al hospital?
- Si, será lo mejor, pero espero que no crean que he llamado por nada y…
- No, no se preocupe, sabemos bien quién llama para nada, si yo le contara, tenemos a varios que llaman siempre, pero los reconocemos rápido. Son un caso…
- O necesitan un poco de calor… – el se ríe otra vez.
Con la mano libre llama por teléfono e informa que no irá con la paciente al hospital, le dan otra dirección y pide localización mientras la sangre por fin parece que se ha tranquilizado.
Voy rellenar unos papeles y a tomarle la tensión, apriete ahora usted, así , con los dos dedos- dice y le pone la mano sobre la nariz.
La sangre ya no sale. La gasa está blanca, llena de olvido y el suelo de barro cubierto de manchas de sangre.
El le pide que firme un papel y después le toma la tensión.
- Ocho –catorce, un poco alta.
- Es raro, suelo tener siempre la tensión baja.
- Algo a veces la dispara.
Ella le agradece. Se despiden y lo acompaña hasta la puerta. El sonido del teléfono sigue trayendo mensajes del terror.
Si, algo a veces la dispara cuando tal vez una no puede disparar a lo que debería disparar.
